Florent Marcellesi, coportavoz de la Coordinadora Verde.
El debate parecía zanjado, el contrincante noqueado. Tras la polémica decisión de prorrogar la vida de Garoña hasta el año 2013 y la eliminación en la Ley de Economía sostenible de la referencia al cierre de las centrales nucleares a sus 40 años de vida, el péndulo oscilaba irresistiblemente hacia una aceptación cada vez mayor de un mix energético con nuclear incluida. La tendencia a nivel europeo y mundial era semejante: hasta Obama se proponía triplicar a principios de 2010 el presupuesto para construir nuevas centrales nucleares, las primeras en treinta años en Estados Unidos. Añadía que iban a ser «limpias y seguras», retomando uno de los argumentos más machacados por el lobby nuclear: la energía nuclear es una respuesta al cambio climático.
Sin embargo, tras la tragedia sísmica de Japón y sus consecuencias nucleares -500.000 personas evacuadas, perímetro de seguridad de 30 kilómetros en torno a la central afectada, contaminación radiactiva en Tokio y a merced de los vientos- el péndulo ha vuelto a oscilar de la noche a la mañana. Incluso la muy conservadora Agencia de Seguridad Nuclear francesa estima que las consecuencias del accidente de la central de Fukushima han superado las de Three Mile Island (EE UU), que hasta el momento era el accidente más grave después de Chernóbil. Ante tal suceso, Alemania ha anunciado la suspensión, durante un plazo de tres meses, de la reciente ley que permitía la prórroga de las centrales nucleares del país, lo que abre de nuevo la puerta al calendario de cierre de centrales acordado por el anterior gobierno roji-verde. Mientras tanto en Suiza, las autoridades han decidido suspender las licencias para la construcción de tres centrales nucleares para revisar las normas de seguridad.
Pero ¿qué nos enseña exactamente lo ocurrido en Japón? Primero, que por mucho que se extremen las medidas de seguridad, la energía nuclear no es ni será nunca una fuente energética totalmente segura. Mientras podíamos querer ver Chernóbil como el resultado de negligencias humanas en un bloque soviético a la deriva, Japón es el símbolo de la disciplina y de la tecnología más puntera donde incluso las centrales estaban diseñadas para aguantar terremotos de hasta un 7,5 en la escala de Richter. Como lo explica Claudia Roth, portavoz de Los Verdes alemanes, la «energía nuclear es ingobernable». Necesita un alto nivel centralizado de seguridad -así como una situación geopolítica estable y pacífica- que ningún Estado puede asegurar. No somos dioses, ni en Japón, ni en España, ni en ninguna parte, y este ‘a priori imposible’ accidente demuestra una vez más que siempre habrá situaciones que no puedan ser controladas, venga de donde venga la amenaza: de la mano de desastres naturales (recordemos que la central nuclear de Cofrentes en Valencia se encuentra sobre una falla y en la zona sísmica del Levante), simples errores humanos o ataques externos.
Por otro lado, nos recuerda también que alargar la vida de las nucleares es una irresponsabilidad. La central nuclear de Garoña, en Burgos, inaugurada en 1971 e inicialmente diseñada para una vida útil de 25 años, va a cumplir este año 40 de funcionamiento. Su envejecimiento provoca fallos importantes y recurrentes (corrosión, agrietamiento), lo cual merma su seguridad básica por ejemplo ante situaciones de emergencia. De hecho, nos viene a la mente en estos momentos este paralelo que hacía la propia Nuclenor, propietaria de Garoña, hace apeñas un año: «Fukushima tiene el mismo diseño que Garoña e incluso se puso en funcionamiento en el mismo mes y año, por lo que se la considera una planta hermana». Alargar la vida de las centrales nucleares es un riesgo inútil para la salud de la población y de los ecosistemas y, desde un punto de vista de la seguridad ciudadana y de la salud ambiental, sigue resultando incomprensible el incumplimiento de las promesas electorales del PSOE en este ámbito.
Dicho esto, me gustaría añadir cuatro comentarios más sobre los mitos vinculados a la energía nuclear: 1. Seguimos sin tener ninguna solución real a la gestión de los residuos radiactivos. 2. La energía nuclear crea una fuerte dependencia con el exterior ya que el uranio, cuyas reservas son finitas, se compra a países fuera de Europa y cuya inestabilidad política no asegura un suministro seguro (el Chad, por ejemplo). 3. No es una alternativa contra el cambio climático: si se tiene en cuenta el ciclo de vida global de la energía nuclear (extracción del uranio, suministro a Europa, construcción y desmantelamiento de las centrales, gestión de los residuos…), ésta produce más CO2 que las energías renovables. 4. Los puestos de trabajo por unidades energéticas están por debajo de las creadas por las energías renovables.
Ante este panorama global donde la energía nuclear suma demasiadas desventajas, es necesario abogar por un calendario de cierre de las nucleares que no puede superar los 20 años. Recordemos que, según el informe ‘Cambio Global España 2020/50. Energía, economía y sociedad’ de la Universidad Complutense de Madrid, se podría prescindir totalmente de la energía nuclear sin afectar a la seguridad de suministro de energía eléctrica en un tiempo razonable. Por ello, apostemos por un plan ambicioso de reducción del consumo energético, una fuerte inversión en energías renovables y eficiencia energética, así como por el desarrollo de una red distribuida y descentralizada de producción energética donde consumamos lo que producimos localmente. Iniciemos al mismo tiempo un diálogo sincero con los sindicatos para promover una transición justa para los trabajadores que hoy están en el sector nuclear hacia otras actividades donde empleo y ecología vayan de la mano. Todas estas medidas no solo serán buenas para la salud humana y la biosfera sino también para nuestra economía y para el conjunto de la sociedad hoy y mañana. El péndulo no tiene porque oscilar otra vez, es una cuestión de voluntad social y política.